dimecres, de maig 16, 2007

La reificación de los jóvenes

En pocos medios de comunicación, tertulias matutinas o debates nocturnos escucharemos que se hable de los jóvenes. Sin embargo, cuando por alguna extraña razón salen a la esfera de lo público los discursos que se elaboran dejan entrever una visión un tanto escabrosa. Para empezar, cuando sale el tema el tertuliano de turno hace un gestó incómodo que demuestra de por sí cuan cálido se siente contestando. Luego sueltan esas frases espeluznantes tales como “los jóvenes son…”, “nosotros estamos…”, “el joven es…”, “sin lugar a dudas…”“está…”

Evidentemente que “el joven está”, cosa extraña sería si no lo fuera. Está al igual que lo está el mayor o el adulto pero a diferencia de ellos “el joven” se percibe como algo raro, un ente abstracto que lo único por lo cual se le consigue localizar es porque oscila entre 15 a 30 años. Hacer la prueba y veréis que generalmente cuando se habla de ellos se tiende a dirigir el discurso al padre, a la madre o a los abuelos. Parece ser que “el joven” ha llegado a una etapa evolutiva en la que se han desarrollado otras vías de comunicación que hacen que sea ininteligible para el resto de la sociedad.

Este intento de cosificar al joven, de aislarlo de su contexto social, histórico y político es una tendencia mayoritaria en el establishment de todo tipo, tanto económico, político como social. “El joven” es algo que ni hace ni deja de hacer, es un ente que se encuentra en un período vital en el que se ve privado de participar. De hecho ya se da por evidente que, “por naturaleza”, no participa en la vida pública.

Como no participa (y ahí viene otro peldaño en la escalera), como no tiene voz en la esfera pública no existe. Y dada su inexistencia los discursos derivan en visiones paternalistas en las que los grandes gurús dicen que es lo bueno y que es lo malo para esa masa social que no se sabe bien, bien en donde se sitúa.

Así que, de momento, a los ojos de estos discursos, hemos aprendido que entre nosotros subsisten alienígenas que, como no se sabe qué son, más vale tratarlos con cordialidad pero, eso sí, con cierta distancia. De ahí que el nombre de “políticas de juventud” no acabe de encajar con lo que verdaderamente se debería hacer que sería nada más y nada menos que “políticas de inserción” en lo laboral, en lo político y en lo social.

Bromas a parte, cabe señalar que privar de la potencialidad que en todas las décadas han tenido los jóvenes no es un gran favor para el futuro. De hecho se les priva a las generaciones más jóvenes de su condición de ciudadanos y ciudadanas en igualdad de condiciones con el resto de mortales. Se les trata como si estuvieran en un escalón menor, en la inopia e inocentes de los procesos que acontecen. Son aquellos que salen de botellón, que se esconden en actividades nocturnas de mala reputación y que sonríen porque la Caixa les ha concedido un crédito para seguir siendo gente guay y feliz, por supuesto. Sus rostros se muestran en todos los panfletos publicitarios, en todos los programas pero se les olvida en las instituciones.

El “hombre de acción”, recuperando la idea de Hanna Arendt, por supuesto no puede ser joven y mucho menos mujer. Dado que la acción es la razón de ser de la vida política, los jóvenes se perciben fuera de ella. Nada más alejado de la realidad puesto que son los jóvenes los “sujetos potencialmente revolucionarios” dado que son parte de los colectivos más vulnerables y desatendidos por el poder. De ahí la creación de nuevos espacios y nuevas redes puramente políticas que se van activando y consolidando a medida que la indignación emerge: Prestige, LOU, el decretazo, guerra contra Irak (o segunda guerra del Golfo), 11 y 13 de marzo, la vivienda, la precariedad…Poco a poco vemos como se van construyendo nuevas formas de hacer y de comunicarse en las que las nuevas generaciones se mueven como peces en el agua y en las que las relaciones de poder, en un futuro no muy lejano, se verán forzadas a navegar…