El 8 de marzo siempre es un día que da pie a repensar la condición femenina en una sociedad postindustrial que es un gran reflejo de algunos de los estereotipos masculinos más conocidos: la agresividad, la impaciencia, la avaricia, el poder, el control, la manipulación, etc. Sobre todo si nos centramos en el ámbito de la política podemos observar sin apenas esfuerzo que son precisamente aquellas mujeres más masculinizadas las que mayores cuotas de poder han conseguido.
El caso más conocido es Margaret Tacher que, con su política de hierro, hizo templar los cimientos de las políticas sociales inglesas hasta tal punto que ni aún hoy ha habido una recuperación plena con respecto a la época anterior al tacherismo.
Mi pregunta de partida es si es necesario masculinizarse para poder participar de la vida pública en el ámbito de la política formal. Existe gran diferencia entre la participación femenina en el sector de la política formal y el de la informal o alternativa, pero de eso nos centraremos más adelante. Ahora es el momento de abrir una reflexión en voz alta sobre por qué el grado de participación de las mujeres en la política formal es inferior al de los hombres pero, sobre todo, por qué el número de mujeres se reduce drásticamente cuando observamos los cargos de mayor representación y responsabilidad.
Y en este punto lanzamos el primer gran estereotipo de la cuestión: las mujeres no les interesa, no quieren tener responsabilidades. Así que la culpa directamente recae en las mujeres porque, en una última instancia, son las que deciden no tener poder. Cerrada la cuestión, zanjado el problema. Sin embargo, ni una cosa ni otra son ciertas.
Cuestionémonos varias cosas. En primer lugar, a qué responsabilidades nos estamos refiriendo, de qué manera se adquieren dichas responsabilidades. Dicho de otra forma, cuales son las formas y los contenidos de los cargos que supuestamente las mujeres rechazan sin vacilar y que los hombres humildemente aceptan. Son en las formas y en los contenidos de dichas responsabilidades en donde encuentro que radica parte del problema y de la solución. Haciendo referencia al ejemplo que poníamos al principio, para que una mujer alcance cuotas de poder necesita masculinizarse (en el sentido estereotipado del término) de tal forma que si el hombre es un lobo para el hombre, ella debe de ser la fiera más salvaje y agresiva que jamás allá existido, única y exclusivamente para poder estar dentro del mismo juego en donde se encuentran sus compañeros. Puede que las mujeres no participen tanto en primera fila en es espacio político formal precisamente porque el juego y sus reglas están diseñadas en formas y valores a los cuales no se adapta con facilidad.
Es por ese motivo que, al mismo tiempo que se reclama más participación femenina en la política formal no se está exigiendo con el mismo fervor un cambio radical en las formas, contenido y valores en los que se sustenta dicho juego. Es entonces en donde las soluciones-parche se extienden y el problema acaba siendo más perverso y más complejo. La reflexión profunda sucede a la solución rápida y agresiva, de esta forma, volvemos a aplicar las formas masculinizadoras para invisibilizar un problema que es estructural, no coyuntural. Obligar a ocupar por decreto cargos de poder sin apenas modificar los contenidos del cargo y, por supuesto, las formas para llegar a él, no erradica el problema, todo lo contrario, lo perpetua hasta el infinito. Si que son necesarías estas acciones pero en la medida en que se enfrenta a los problemas de cara, asumiendo los matices y la profundidad de la situación.
Por otro lado, en cuanto a la participación de la mujer en el activismo político menos institucionalizado, se observa la tendencia opuesta. La presencia femenina es mucho mayor en organizaciones alternativas, en pequeñas entidades, en movimientos sociales, en organizaciones internacionales; en resumidas cuentas, en acciones políticas más directas y menos impregnadas de formalismos. Incluso se ha llegado a hablar de la condición femenina como el potencial agente revolucionario de las sociedades postindustriales.
Grandes son las diferencias entre un lado y otro del ámbito político, entre la política más ceñida a la dinámica institucional y aquella menos organizada pero más abierta y transparente -que aún no se ha enfrentado a los eternos problemas de las organizaciones más formales de oligarquización y concentración de poder. Es en las diferentes formas de entender y hacer política, es en las diferentes formas de entendernos como ciudadanos, como participantes y creadores de lo político, en donde encontramos las diferentes maneras de participación femenina. Es aquí en donde radica la cuestión , en qué modelos las mujeres nos sentimos más a gusto, se adecuan más a los valores que nuestras madres nos han traspasado, valores de comprensión, de reflexión, de empatía con los otros, de trabajo con y para los otros, de cuidar a los demás antes que a uno mismo, de sensibilidad delante de injusticias. ¿Qué no podríamos con estos valores cambiar las concepciones y las definiciones de lo político? Feminizar lo político es la solución para erradicar el problema, no las soluciones parche que lo único que reproducen son los mismos vicios y las mismas carencias de siempre.
Escrito el 8 de marzo del 2005, Día de la Mujer
Problemas con el video? Bajate Java
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada